viernes, 12 de septiembre de 2025

Cuando Estados Unidos decidió borrar el español de Filipinas: de lengua oficial a idioma perseguido

 

Soldados españoles en el poblado de Santa María, en la provincia de Bulacán, al norte de Manila, rodeados por habitantes del lugar (1890) Agustín J. de Montilla / Biblioteca Virtual del Ministerio de Defensa

Contrariamente a la creencia popular, en 1898 Estados Unidos no apoya a Filipinas para conseguir la independencia, sino que, simple y llanamente, arrebata las islas a España para convertirlas en una colonia yanqui

¿Te has preguntado por qué en Hispanoamérica se habla español y en las islas Filipinas, en cambio, no? Al fin y al cabo, si la América continental fue española durante tres siglos, Filipinas lo fue tres siglos y medio —medio siglo más— desde que, en 1565, Legazpi conquistó el archipiélago, por cierto, con escasísimo derramamiento de sangre, hasta que, como es bien conocido, se perdió en el año 1898. Desde esta perspectiva, carece de lógica que América hable español y Filipinas no.

Enfoquémoslo desde otro punto de vista: alguien podría pensar que, cuando la América continental accede a su independencia dividiéndose en una veintena de repúblicas, todos los indígenas son capaces de desenvolverse en perfecto español, tal como vemos ahora. Pero no, nada más lejos de la realidad.

Lo cierto es que, cuando España abandona América, apenas un 20 % de los indígenas americanos habla nuestra común lengua. En Filipinas, esa proporción se estima en un 10 %, unos 600.000 sobre sus seis millones de habitantes... algo menor, pero no mucho. Una vez más, la respuesta no parece hallarse aquí.

Entonces, ¿por qué hoy las repúblicas hispanoamericanas hablan español y Filipinas no? Muy sencillo. En América, al gobierno español de los virreinatos suceden los nuevos gobiernos criollos, es decir, los conformados por los españoles americanos de las nuevas repúblicas, que son quienes, enfrentándose a las autoridades virreinales, han independizado Hispanoamérica, ya que los indígenas o se han mantenido al margen o incluso han defendido la causa realista.

Pues bien, esos nuevos gobiernos formados por españoles secesionistas, aunque rompen con España, no rompen con el idioma español, en el que, bien al contrario, contemplan un instrumento de gran utilidad para la homogeneización y estructuración de las nuevas repúblicas. De hecho, van a ser esos gobiernos criollos locales los que van a conseguir que el español se universalice en América, algo que, por extraño que pueda parecer, nunca había constituido prioridad alguna para las autoridades virreinales españolas.

Porque el verdadero objetivo de España en América no fue la imposición de una lengua, sino la evangelización de los pueblos. Y desde el primer momento, autoridades y misioneros españoles aceptaron que el vehículo idóneo para esa evangelización no era el español, sino las lenguas autóctonas.

De esa filosofía hispana sacarán buen partido lenguas como el náhuatl, el quechua, el aimara, el guaraní y otras, que recibirán sus primeras gramáticas, catecismos, obras literarias y traducciones de la Biblia y otros textos religiosos, de manos de los misioneros españoles, que eran quienes aprendían las lenguas locales.

Desde este punto de vista, lo ocurrido en Filipinas no solo es distinto, sino diametralmente opuesto, porque al gobierno virreinal español —Filipinas formaba parte del Virreinato de Nueva España como una Capitanía General— no le sucederá un gobierno criollo filipino, sino uno norteamericano. Y es que, contrariamente a la creencia popular, en 1898 Estados Unidos no apoya a Filipinas para conseguir la independencia, sino que, simple y llanamente, arrebata las islas a España para convertirlas en una colonia yanqui.

Pues bien, las nuevas autoridades norteamericanas de las islas, al contrario que los gobiernos criollos americanos, sí se van a marcar desde el primer momento un gran objetivo: la eliminación en el archipiélago de la lengua española, para sustituirla, en este caso, por el inglés.

De hecho, la primera constitución filipina, conocida como Constitución de Malolos por haber sido proclamada en la ciudad de ese nombre, redactada en 1899, nada más terminar la guerra contra España y antes de que comience el gobierno de las islas por los norteamericanos, no solo está escrita en un perfecto español, sino que en su artículo 93 todavía declara como oficial la lengua española, denominada, por cierto, «lengua castellana», aunque, para decir toda la verdad, lo haga con un cierto carácter de provisionalidad traducido en la locución por ahora.

Más parece, sin embargo, ese por ahora un brindis al sol más que fruto de una verdadera intención, con unas clases dirigentes muy españolizadas y, sobre todo, una espléndida generación literaria que se expresaba en perfecto y bellísimo español, en la cual figuraban escritores de la talla de Pedro Paterno, Graciano López Jaena, Marcelo H. del Pilar, José Palma y, por encima de todos, José Rizal, el gran prócer de la independencia.

No deja de ser paradójico que si la hispanización filipina había tenido lugar en las lenguas vernáculas, la desconexión de España se expresara y divulgara en español.

Aún se elaborará en Filipinas una nueva constitución en el año 1935, por la que Estados Unidos concede al archipiélago un régimen de autonomía, y en la que todavía —señal de que no le fue fácil a los yanquis arrebatar a los isleños la lengua que utilizaran tantos siglos— aparece el español como lengua oficial, aunque ya acompañado del inglés.

Cuando, tras medio siglo de ser una colonia yanqui, en 1946, al término de la Segunda Guerra Mundial, Filipinas accede a su independencia, en la Constitución de 1973 —la primera que promulga una vez soberana— el inglés es ya la lengua oficial. Y junto al inglés, las lenguas originarias: el tagalo, hablado en la capital, Manila, y en la isla de Luzón —la más grande—, aunque apenas uno de cada cuatro filipinos lo tenga como lengua materna; el cebuano en las Bisayas Centrales y Mindanao; el ilongo en las Bisayas Occidentales; el ilocano en Luzón; el bicolano en Bicolandia; y el samareño en Sámar.

Aunque el español ha sido desterrado, una interesante variante del mismo, el llamado «chabacano», aún lo hablan unas seiscientas mil personas, sobre todo en la zona de Zamboanga, en la isla de Mindanao.

No será la lengua la única víctima de la desespañolización a la que los yanquis someten al archipiélago. Junto a ella lo será también buena parte del legado artístico y urbano de origen hispano, destruido en el terrible bombardeo yanqui sobre Manila en febrero de 1945, que dejó casi cien mil víctimas, probablemente el segundo más mortífero de toda la Segunda Guerra Mundial.

Pero no, en cambio, el tercer pilar —y el más importante— de la hispanización del archipiélago: esa fe católica grabada a fuego en el alma filipina por los misioneros españoles, la cual convierte al país en la tercera comunidad católica más grande del mundo, después de Brasil y México, y la que ha hecho posible la concentración humana más multitudinaria acontecida jamás en toda la historia: la Santa Misa oficiada el 18 de enero de 2015 en Manila por el Papa Francisco, con nada menos que siete millones de asistentes.

Luis Antequera